Nix y la última página (Narración)

Nix y la última página (Narración)

El pincel terminaba de pintar la última uña pequeña de la mano de Isabel. El color rojo brillaba haciendo contraste con la piel tersa y blanca de sus manos. Se encontraba sentada en el sillón del patio de invierno, con el frasquito de pintura roja,  el mate y una etiqueta de cigarrillos.  Levantó la cabeza y atravesó con su mirada las rejas del techo de ese espacio. Se posaron en el cielo celeste y limpio, no se preguntaba qué pasaría allí, solo era capaz de sentir la seguridad de una fuerza poderosa que la protegía.

No era necesario decir que Isabel era hermosa, sus rasgos distaban mucho del común de las mujeres de su barrio, incluso de sus hermanas que llevaban los mismos genes. Algo en lo angular de su rostro y en el color pardo de sus ojos hacían que las miradas de los que la veían no fueran solo de deseo, sino también admiración y estremecimiento ante el misterio que representaba su presencia en la habitación, aunque tuviera casi 40.

Su vida era muy simple pero a la vez llena de actividades que disfrutaba al máximo.

Una noche, se sentó en la cama y comenzó a hablar un idioma extraño, pero con palabras precisas, como si fueran su propia lengua. Sus hermanas que sabían de sus problemas para dormir, le habían advertido que debía descansar adecuadamente todas las noches, porque si no estos episodios se repetían periódicamente, despertando a todos los miembros de la casa, en un solo susto, ya que Isabel contaba, además, con una voz fuerte y clara.

Isabel era una mujer que solo se sentía en paz por las noches, y su carácter e intereses respondían a la bondad. Tanto que a veces, personas conocidas o de su entorno se aprovechaban de su ímpetu por dar esa paz, característica que la acompañaba.  Pero había algo en ella que la acercaba al sueño y a la muerte con sosiego, como si entendiera profundamente los propósitos de estos dos arcanos.

Comenzó a salir cuando oscurecía, sentía que debía conseguir respuestas. Como si una gran incógnita se hubiera encendido en su corazón. Se paseó por los lugares más conocidos de su barrio, y solo encontraba lugares llenos de gente gritando y riendo por el efecto de las bebidas alcohólicas que circulaban como agua. Entendía la falta de razones de la gente común para sentirse viva, de hecho ella también solía frecuentarlos, pero esta vez sentía que un propósito se acercaba a su vida.

Cruzó la calle hacia el espacio verde que se encontraba a la vuelta de su casa, y vio a un hombre solo sentado en posición de yogui. Pensó que quizás sería algún borracho de los que salía antes del bar. Pero gracias a las luces ocre de la plaza pudo ver que su posición era perfecta y en su rostro había calma.

Conversaron largo rato, hasta que el hombre encapuchado, que sabría luego se llamaba Dionisio, comenzó a aceptar que se reuniría secretamente en la plaza Lidia Venitez, todas las noches con ella, compartiendo con Isabel los secretos sobre el futuro del planeta tierra.

Comenzaron hablando del origen del mundo, siguieron por las diferentes guerras y avances tecnológicos y llegaron a la actualidad.

 Una  noche Dionisio le preguntó a Isabel: ¿Cuál es la verdad de los hombres?

Isabel le dijo: “La verdad de los hombres es: que aunque en ellos no haya verdad, y lo más vil salga a la luz, son hijos de Dios, y responderán a  esa esencia, responderán a la luz del día y a la lluvia de estrellas, a la claridad de sus visiones o la oscuridad que haya en sus corazones”. Ella sabía que esto que había aprendido con largas conversaciones en la plaza con el yogui, no sería más que un “quizás” merecido castigo para la humanidad, que las deidades tenían preparadas para los habitantes terrícolas.

Luego de 1122 noches, en la noche 1123, Dionisio le dijo que estaba lista. Isabel no quería estarlo. Significaba que el fin había llegado.

Entonces decidió escapar. Sabía de una cueva en las altas cumbres de su provincia. Cuando se encerró allí lo primero que encontró fueron frutillas, frescas como si no estuvieran creciendo en una cueva, las guardó, ya que no sentía hambre, de hecho había dejado de sentir cualquier tipo de necesidad física. Se quedó allí y espero.

Zeus se le presentó y le dijo: “Tenías que elegir y ya lo has hecho cuando rechazaste las frutas. Tu vida terrícola termina acá. Y jamás podrás volver a ver a tu familia. Tu destino es la noche para salvar a los que crees merecen otra oportunidad.”  

Isabel volvió a recorrer la noche, pero no a pie, no en su barrio, ni jugaría a las damas con sus sobrinos, pero de algo estaba segura: Esta vez miraría por las rejas del patio de invierno, solo que mirando hacia abajo y recordaría cuando leyó en historia de la eternidad: “Nocturno el río de las horas fluye, que es el manantial de la mañana eterno”.

AUTOR:

Paola Conde Galeano

Edad: 34 años.

Carrera profesional: Técnica en Producción y Realización en Medios. Actualmente trabajando en colaboración Con la web Cultural Kashmircultura y La Confederación de Deportes de la Provincia de Córdoba. Desde muy pequeña tuve admiración por las palabras, la literatura y la narrativa.