Guillermo Martínez y los mundos autónomos de la imaginación

Guillermo Martínez y los mundos autónomos de la imaginación

Por : Cecilia Navarro y Javier Costamagna
Guillermo Martinez, distinguido escritor y matemático argentino contemporáneo, casi no necesita presentación. Sus novelas policiales, con tintes filosóficos, se tradujeron a varios idiomas. Aquel niño, oriundo de Bahía Blanca, creció inmerso en el universo de la literatura, sin saber que “Crímenes imperceptibles” (2003), una de sus obras, sería adaptada al cine por Alex de la Iglesia, ni que, de la mano de Sebastian Schindel, se rodaría una nueva película, “La Ira de Dios”, adaptación de “La muerte lenta de Luciana B” (2007). Repasamos con él sus comienzos, algunas de sus búsquedas y personajes, aproximándonos así, a su percepción de la literatura en general y, sobre todo, al modo en que la ejecuta, con tenaz particularidad.

¿Cuáles búsquedas tuyas a nivel humano te marcaron y se expresaron más en tu faceta como escritor?

Me interesan los personajes que están inmersos en alguna clase de búsqueda, sobre todo intelectual – en “Acerca de Roderer”, eso se ve muy claro, pero está presente en otros cuentos míos, como en “Retrato de un piscicultor” – o que se encuentran muy intrigados por algo en particular. Por ejemplo, en “Una felicidad Repulsiva de la Familia M”hay una especie de obsesión acerca de una familia, a la que se sigue durante muchos años. En otras novelas, como “La mujer del maestro”, hay un escritor que, desde hace mucho tiempo, está elaborando su última novela, a modo de testamento literario. En mi novela más reciente, llamada “La última vez”, también hay un escritor que trabaja en la última novela de su vida, con la que intenta hacer comprensible algo que, a su parecer, no ha sido visto a lo largo de su obra. Siempre está presente cierta lucha por expresar algo que, de alguna manera, es incomunicable. En este último escrito, hubiera querido poner como epígrafe una frase que leí de Adorno: “Hay que tratar de decir aquello que no puede ser dicho”, al contrario de Wittgenstein, quien, al final del Tractatus Logico-Philosophicus, dijo: “De lo que no se puede hablar es mejor callarse”. Contra esa idea, Adorno señala que se debe tratar de seguir diciendo aquello de lo que no se puede hablar. En su pensamiento está presente la idea de aproximaciones sucesivas que señalan, de alguna manera, una especie de límite. Al límite no llegamos. Pero podemos aproximarnos con imágenes, metáforas, insistencias, rodeando el fantasma, de algún modo. Me parece que hay algo de todo eso en muchos de mis cuentos. Otro elemento que se puede encontrar, es la tensión con el pensamiento no racional. La tensión entre lo racionalizable y lo que no es del todo racionalizable que, en ocasiones, aparece como religión, pensamiento mágico, el I-Ching. Uno de los últimos cuentos que escribí se basa en un milagro que un chico le pide a un santo popular. En fin, aparece la noción de lo religioso como un plano que, a veces, se impone a los personajes, que tienden a ser más bien racionales.

“Los crímenes de Alicia”, la novela con la que escritor obtuvo el premio Nadal

¿Estos rasgos forman parte de la personalidad en los personajes?

Tengo distintos personajes, por ejemplo, una de las protagonistas de “Los Crímenes de Alicia”, aborda justamente un estudio sobre toda esta cuestión. Se trata de una chica que está haciendo su doctorado en torno al interrogante de la matemática como creación humana, o preexistente al hombre. Hay una idea religiosa de por medio a discutir ahí, y luego, en el desarrollo de la trama, ella pareciera regresar a cierta religiosidad de su niñez, a la idea de un ángel de la guarda que le protege; se discute sobre esa clase de planos, aunque después aparece otra vuelta de tuerca. Lo mismo sucede en “La muerte lenta de Luciana B”, donde se discute si las desgracias que a uno le suceden a lo largo de los años podrían ser una especie de destino, venganza o simplemente, una acumulación de una mala racha, producto del azar.

En tus escritos, varios personajes suelen ser enigmáticos u obsesivos, ¿Cómo los construís? 

Estos personajes, en general, están narrados en primera persona de un testigo privilegiado que, de alguna forma, es antagonista. En “Acerca de Roderer”, el narrador tiene una relación de admiración, envidia y competencia. Existe ahí una mezcla de sentimientos encontrados. Me parece que los personajes se definen mejor por antagonismo que por subyugación. Por ejemplo, cuando leí  “Doctor Faustus”, de Thomas Mann, noté cómo el personaje del profesor  Zeitblom, quien narra acerca de Adrian Leverkühn, tenía una percepción atravesada por una exacerbada fascinación ante la inteligencia, superioridad intelectual y genio de Leverkühn. Yo preferí ir por otro carril, más relacionado al antagonismo, con tensiones y cierta dialéctica. Por lo general, en mis novelas hay cierto enfrentamiento. De hecho, en “Crímenes imperceptibles”, si bien el narrador admira y sigue a Seldom, tiene su propio juego, sus propias características y en “Los crímenes de Alicia” incluso capta, por meterse en el mundo – algo a lo que Seldom se rehúsa pues tiene una especie de reluctancia a tocar el mundo real – y circular en el, alguna cosa que Seldom no. Hay una suerte de epílogo en la novela, en la que se ve cómo el logra llegar un poco más allá de lo que había logrado llegar Seldom con su pensamiento.

La película está basada en la novela Crímenes imperceptibles de Guillermo Martínez (titulada en España Los crímenes de Oxford)
con John Hurt , Elijah Wood y Leonor Watlin
El hijo es una película dirigida por Sebastián Schindel director del éxitoso film El patrón: radiografía de un crimen. Vuelve a poner a  Joaquín Furriel en el rol protagónico. El largometraje está basada en la obra “Una madre protectora” de Guillermo Martínez.

Vemos el uso del recurso literario de la figura del iniciado

Sí, hay algo de eso en mis novelas. En la que voy a escribir próximamente, acontece una especie de encargo que debe cumplir un personaje para, de algún modo, iniciarse en una instancia superior de una, no diría secta, aunque tenga algo que ver con esa idea. Hay varias ideas en torno a la iniciación dentro de mis libros. Y, además, siempre hay personajes jóvenes. Si bien aparecen personajes en distintas edades, con hijos, con problemas relacionados a los hijos, me interesa mantener cierta mirada de la juventud, aunque en lo personal me quede cada vez más lejos.

“Una imagen tiene que llegar más rápido a la columna vertebral que al razonamiento, si uno tiene que estar pensando cuál es la imagen que se quiere transmitir, ya no sirve. Tiene que tener un impacto directo

Como matemático, ¿encaras tus relatos desde una construcción matemática?

En ese sentido, no tengo ninguna idea matemática de estructura. Sí puede haber cierta búsqueda de precisión que es afín a la matemática – y me interesó desde antes de dedicarme a ella -, por mi formación como cuentista, porque mi padre era muy severo a la hora de leer y marcarnos cosas. Tengo una mirada enfocada en la precisión, en la economía de recursos, que son afines a algunas ideas de la estética matemática. Como la navaja de Ockham, no matar a un mosquito con una bazuca y tratar de que los medios estén balanceados con los fines. En fin, no soy un escritor barroco. Guardo una afinidad de estilo con la clase estética que propuso Borges para la narrativa argentina, que es más bien alejada del realismo mágico y el neo-barroco latinoamericano, quizás todo eso se aproxime a una estética matemática. Pero nunca me propuse escribir matemáticamente mis relatos, no hay en ellos claves numéricas o algo parecido. Escribo desde la infancia y siempre pensé igual los cuentos, más o menos se me ocurre un final y varias de mis novelas las pensé como cuentos – o cuentos largos -, no hay más que eso. Si leen una novela de Agatha Christie, probablemente piensen que fue escrita por un matemático, debido a que hay  una estructura lógica y luego, contenido dentro de esa estructura hay otra, existe un doble final, etcétera. Esa clase de desenvolvimiento tan preciso remite a la matemática.

En tus relatos hay cierta simplicidad, que facilitan su lectura, esa fue nuestra impresión

Estoy bastante en contra de lo que llamo imposturas intelectuales. Me parece que la claridad no tiene por qué estar en contra de la profundidad. Justamente en matemática se intenta hacer las cosas lo más simples posibles, dentro de la complejidad que tiene cada tema. En consecuencia, hay desarrollos inmensamente complejos, que cuando uno logra penetrarlos revelan que no se podía hacer con menos. Me parece que la complicación tiene que estar en relación con aquello que se quiere decir. Si aquello que se quiere decir es infinitesimal en cuanto a la precisión que se requiere, a los instrumentos de medición etcétera; o sea, si se precisa esa clase de microscopio y complejidad, adelante. Pero si la imagen se puede transmitir por escrito de una forma igualmente interesante, más llana y clara, mucho mejor. Uno de los consejos que doy en la maestría de escritura creativa, es que tengan cuidado con las imágenes; una imagen tiene que llegar más rápido a la columna vertebral que al razonamiento, si uno tiene que estar pensando cuál es la imagen que se quiere transmitir, ya no sirve. Tiene que tener un impacto directo. Me conduzco de igual modo en muchas de las elecciones y procedimientos que hago al escribir. A mí me gusta mantener cierto tono llano, pero respecto a temas que tienen su complejidad filosófica, dramática o lo que fuera. Sí me interesa cómo adjetivar, evitar los lugares comunes, a fin de que lo llano no signifique que aparezcan los clichés del habla coloquial.

Roderer está dispuesto a sacrificarlo todo para obtener lo que necesita: tiempo. 

En una entrevista comentaste que te gusta escribir aquello que disfrutarías leer, ¿ cómo te percibís en el rol de lector?

Como lector uno cambia mucho a medida que pasa el tiempo. Yo me convertí en un lector un poco más impaciente. Sé que no podría escribir todas las novelas que me gusta leer. Escribo dentro de cierto espectro. Hay una cantidad de libros que me han fascinado, tuve experiencias de lectura extraordinarias como en el caso de “En busca del tiempo perdido”, pero jamás me propondría hacer algo similar. Tiendo a cierta concisión, mi escritura no es alambicada ni con demasiados rodeos, como sucede con Marcel Proust. Hay algo en el orden de lo estético que admiro en otros pero que no necesariamente quiero para mí. Creo que como lector soy mucho más amplio que como escritor. Tengo fortalezas y limitaciones, estas últimas, suelen ser encontradas antes por los lectores, que por uno mismo. A mí me gusta mucho mezclar el policial con lo filosófico, por lo que escribo dentro de ese carril. Podría haber elegido el policial negro pero no he ido ni iría por ese lado, en principio. Sí me interesa una variante intermedia, como la de Patricia Highsmith, en cuanto a cómo la idea del mal germina en la mente de un personaje, a la manera de “Crimen y castigo”, de Dostoyevski. Esa línea me interesa; de hecho, mi próxima novela está un poco dentro de esos carriles. Me agrada además la novela policial de Schintman Y en este momento me encuentro muy interesado en la serie de novelas que estoy escribiendo, sobre la lógica y el crimen. Leo bastante sobre filosofía, epistemología, los dilemas del pensamiento. Ahora estoy en contacto con un epistemólogo que está publicando una serie de hilos en Twitter acerca de distintas paradojas que aparecen en el pensamiento. Esos temas me han interesado siempre. No me atrae, por ejemplo, el patetismo en la literatura; me gusta que los personajes tengan ciertos grados de libertad, ciertas armas y posibilidades. No me gusta mucho tampoco el testimonio del “aquí y ahora”; o sea, que mis novelas de algún modo conversen o dialoguen con una situación reconocible en lo político o en lo social. Prefiero la idea de los mundos autónomos de la imaginación. Me interesan más las novelas donde hay algo de extrañeza con respecto al mundo que conocemos. Cuando alguien lee una novela mía , aún si ésta transcurre en Buenos Aires, sienta que podría tratarse de Buenos Aires, pero en el fondo hay algo que no depende demasiado del lugar ni de la época. Más bien hay nudos de relaciones, que podrían darse en cualquier lugar, y se sostienen en sí mismos, por imperio de conexiones que son literarias, más que meros links a cosas que uno conoce. Por ejemplo, cuando aparece la Guerra de Malvinas en “Acerca de Rodered”, bueno, es la Guerra de Malvinas pero, en el fondo, se trata de una suerte de jugada del diablo. Está inclinada a un requerimiento de la ficción, como si se tratase de una jugada diabólica, una especie de exageración: el diablo hace una guerra. De alguna manera, la Guerra de Malvinas fue una sorpresa tan grande, tan fuera de lo previsible que tuvo algo, no diría que diabólico, pero sí un componente irracional. Estuvo fuera de toda previsión que aconteciera y, dentro de la ficción, me pareció que jugó bien la Guerra de Malvinas.

Película dirigida por Sebastián Schindel “La Ira de Dios”, actualmente se encuentra en pleno rodaje, es una adaptación de la novela  La muerte lenta de Luciana B”, de Guillermo Martinez. con la actuación de Diego PerettiJuan Minujín y Macarena Achaga.

¿Se relaciona esto con la tarea de “intensificar la mirada”?, dejando de obviar algo por su aparente obviedad.

La literatura, en general, hace eso: detiene la mirada y permite amplificar. En el cine también sucede pero la literatura tiene más posibilidades de hacer pensar, creo yo. En el caso del cine, por ejemplo, hay una escena en “Terciopelo azul”, de David Lynch, en la que se ve el jardín y luego por debajo la tierra, y uno, como espectador, pareciera estar en condiciones de ver los diversos planos que hay en la realidad. Después se pierde un poco esa idea en la película, aunque permanece el mirar con detenimiento. Pareciera tratarse de una  realidad fractal en la que, cuanto más te aproximas, más complejidad ves o podes llegar a ver.

En eso hay cierta impronta borgiana, quizás

Claro, Borges tenía esa clase de pensamiento. A él, por ejemplo, le interesó la cosmogonía gnóstica, donde hay una torre y una jerarquía de deidades. Esto aparece en varios de sus relatos y poemas, en el poema “Ajedrez” o “El gólem”, como así también en el cuento “Las ruinas circulares”. El escribió varios relatos donde aparece esta especie de ascensión de divinidades.

Teniendo en cuenta lo que nos comentas en cuanto a tu faceta de escritor, ¿hay algún consejo que te hubiese gustado recibir cuando te iniciabas en esta labor?

He tenido buenos consejos, mi padre era un gran consejero. Y un taller literario que tomé con Liliana Heker me sirvió mucho. Allí, me impactó ver que todos mis compañeros pensaban en publicar un libro. Cuando vivía en Bahía Blanca, nunca hubiese imaginado que publicaría un libro, solamente escribía cuentos; como lo veía escribir a mi papá, para mandar a concursos. No tenía la idea  de  escribir un libro, publicarlo y convertirme en escritor. Quizás me hubiera gustado que me dijeran: “Si seguís escribiendo, es muy probable que puedas publicar libros”. Trato de transmitir esa idea a mis alumnos, para mostrarles que hay un camino posible. Por supuesto depende del trabajo y talento, entre otras cuestiones. Luego, en cuanto a lo técnico, a las lecturas y demás, creo que fui muy afortunado. Nací en una casa con una gran biblioteca, con padres que eran lectores muy abiertos; mi mamá, profesora de letras, leía clásicos de la literatura y mi papá, ciencia ficción, policiales, filosofía, literatura argentina, revistas culturales. Tuve una educación, de cierta manera, muy ecléctica. Lo único ajeno a ese panorama era el deporte, que añadí por mi cuenta. La verdad  tuve mucha suerte en ese sentido.

Es importante leer como lo haría un escritor: buscando trucos, recursos, maneras de introducir un personaje, formas de adjetivar. Tener en mente aquello que nos encantó y preguntarnos cómo se logró ese resultado; ir, de alguna manera, al detrás de escena

Si tuvieras que dar un consejo a una persona que está comenzando y para quien sos un referente, ¿cuál sería?

El consejo fundamental es leer variado y leer buenos libros. Libros que sean exigentes, los clásicos. Tener autores de referencia es importante. En la maestría de escritura creativa que imparto, el primer trabajo práctico consiste en leer una compilación que hice, consta de 80 cuentos, de géneros, épocas y tradiciones muy variadas. Es importante leer como lo haría un escritor: buscando trucos, recursos, maneras de introducir un personaje, formas de adjetivar. Tener en mente aquello que nos encantó y preguntarnos cómo se logró ese resultado; ir, de alguna manera, al detrás de escena.  Tomando el caso del cuento “El Aleph”, de Borges, ¿cómo preparó el terreno para la aparición del Aleph?, ¿cómo fue posible volver verosímil esa esferita al pie de la escalera?. Nos enfocamos en eso. Me parece que esa es la forma de leer. Pero, ante todo,  hay que leer, para absorber, de una forma casi inconsciente, todo esto. Participar de buenos talleres también ayuda. Lo más difícil, en realidad, es tener la persistencia, tener la voluntad de escribir y dedicar un tiempo innegociable para hacerlo. Aunque no se escriba, hay que sentarse, sabiendo que cada día disponemos de cierto tiempo para ello e intentar cumplir esa tarea. Hay que tomarlo en serio. Liliana Heker una vez recibió un médico cardiólogo que dijo: “bueno, ahora que me jubilé, quiero empezar a escribir”, es como si yo me propusiera ir a operar al hospital. ¡Ojo!, yo tengo alumnos de todas las edades y a veces escriben muy bien. Pero escribir, de algún modo, también te lleva una vida. Por eso, aunque sea una parte del día, cada día, hay que dedicarle un tiempo en serio.

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