Por Cecilia Navarro y Javier Costamagna
Un domingo soleado como cómplice de una buena tarde, en nuestra ciudad de Córdoba, nos encontramos con Ceci, artista, baterista, con dos libros en su haber, un trabajo discográfico solista: “Explícame”, colaboradora de un documental e instructora de yoga, entre otras cosas. En esta entrevista, dimos paso a Cecilia en todas sus expresiones, nos habló de sus proyectos, de su visión del arte, la cultura como así también de la vida y la muerte en una charla en profundidad, develando a su persona sobre todas las cosas.
Hace unos años participaste de un homenaje a los Desaparecidos y
recientemente hiciste parte del soundtrack del film-documental “Femicidio. Un caso,
múltiples luchas”. ¿cómo llegas a estos proyectos con una impronta más social tan marcada?
Esto surgió un poco porque siento que ser artista va más allá de mostrar algo artístico desde lo creativo, yo tenía una sensación de otro tipo de compromiso. Y creo que estos proyectos que surgieron me dieron ese aprendizaje, como de poder poner el arte y la expresión – lo que una hace – al servicio de una causa mayor. La verdad que para mí de los proyectos que he hecho, esos dos que mencionan me movilizaron mucho y fue muy gratificante poder generar con una obra estética/sonora/musical un impacto social que, de alguna manera, puede mover a la otra persona. Por ejemplo, en el caso de los Desaparecidos, la sensación que yo tuve estuvo atravesada por el hecho de que yo no puedo cambiar la realidad de lo que ya pasó con las personas que desaparecieron. Pero darle valor y traerlo al presente haciendo que las personas se conmuevan con el homenaje es una sensación muy inexplicable para mí. Se trata de sentir cómo desde lo simbólico se pueda hacer algo para recordar, para no olvidar. Lo mismo pasó con la película. En ese caso fue muy hermoso también porque, entre otras cuestiones, se dieron sincronías con quien hizo el film. Ella había perdido a su mamá y yo justamente estaba haciendo mi duelo por mi mamá, por lo que sentí que se armó una situación en la que estábamos sanando juntas nuestros duelos. Me genera mucha gratificación poder ser parte de eso y poder sentir que el arte está al servicio de algo tan hermoso como lo es el poder transmitir eso tan profundo de lo social.
Sí. ¿Habías notado ese elemento en común dentro de estas participaciones?, ambas cuestiones sociales estuvieron atravesadas por la desaparición física de personas.
No, pero creo que quizás hay algo ahí que, por alguna cuestión más energética, me mueve o me conmueve y me lleva a poder transmitir algo sobre eso hacia otras personas. Tal vez los aprendizajes fruto de mis experiencias personales están ligados a honrar. Me refiero a que la muerte desde todos los puntos de vista a nivel social es un tabú, o sea, cuando alguien está por morir decimos: “no, que no se muera”, siempre. Y de repente poder ponerse en una situación semejante a un ritual – no entendido como un velorio o como se entiende la muerte: desde la tristeza -, honrando ante todo, desde poder honrar la vida, desde poder homenajear eso. Se me viene esa palabra: homenajear. Y recordar así a la persona que ya no está. Desde ese lugar en mí despierta la posibilidad de participar en esos proyectos me parece.

Fotografía: Javier Costamagna
¿Es como si fueras rompiendo con los tabúes de nuestras ideas en torno a la muerte?
Claro. Y poder generar algo bello, lo que no implica que no sea ni emocionante o movilizante; de hecho, lloramos un montón en ambos proyectos. Fue muy fuerte, muy fuerte. Pero es lo lindo también, poder generar esos momentos porque desde donde yo vengo la muerte de un familiar es algo muy asociado al sufrimiento, mi aprendizaje fue no asociar la muerte al sufrimiento sino al homenaje, a algo bello. A decir: “bueno, puedo ver esta foto…o puedo hacer esto” y recordar a esa persona con amor e inclusive, sabiendo que esa persona no va a volver a la vida, poder recordarla con una sonrisa o poder sentir que de alguna manera que su energía está sanando, o sea, yo sentía eso. Es algo mucho más amplio porque, por ejemplo, en el caso de la baldosa en honor a un Desaparecido fue muy fuerte porque – podría estar horas hablando de eso – yo empecé a investigar y descubrir algunas cuestiones. La baldosa que me tocó a mí era para un hombre japonés y todo sucedió en un momento en el que estaba a pleno con las artes marciales, ¡justo se dio la sincronía! Yo no sabía que hubo Desaparecidos japoneses en Argentina. Cuando fui a la Asociación Japonesa descubrí que existe una comunidad japonesa de Desaparecidos, o sea, que tienen familiares desaparecidos y se han agrupado. Ellos cuando se enteraron que alguien estaba investigando sobre lo acontecido me contactaron y me súper honraron, me agradecieron por hacer lo que estaba haciendo, por poderlo visibilizar. Y, a todo esto, se terminó enterando la madre del Desaparecido; me enteré porque una señora de la comunidad me preguntó a qué hora haría la intervención porque iba a ir la madre del hombre. La señora tenía más de ochenta años, apenas podía caminar y se tomó un remis, se sentó frente a la baldosa y se quedó a ver lo que iba a hacer. Yo estaba con muchos nervios en ese momento. Y cuando terminó todo, por alguna razón, la gente no se podía ir. Era una baldosa ubicada en medio de Corrientes y Juan B. Justo (Buenos Aires), con autos pasando, mucho ruido y transeúntes todo el tiempo y lo único que había hecho fue sentarme a observar la baldosa, mientras sostenía un tambor y lo golpeaba. O sea, no podía hacer mucho porque si me ponía a cantar o hacer algo en silencio, iba a estar presente el ruido de la calle. Pero cuando terminé y me fui, la gente estaba tan impactada que se quedó mirando la baldosa ¡y no se iban!, no se podían ir. Se trató de una experiencia tan fuerte que la sensación que yo tuve en ese momento fue que, al no estar el cuerpo físico de esa persona, la madre no pudo velarlo, no pudo enterrarlo. Y con ese acto, de alguna manera, yo pude acompañar a que esa persona sanara algo de eso, porque al no estar la persona, al haber sido Desaparecida, no se termina de hacer un cierre, un duelo. Y yo sentí eso, que pude lograr hacer ese… no sé qué palabra usar… como ese cierre. Ese cierre, que la persona pueda tener su… hay una palabra para describir el entierro de los seres queridos. Describe un momento en el que sabés que ya está y te ayuda a cerrar el duelo. Te ayuda a decir: “bueno, ya está, se fue a otro plano” y eso con los Desaparecidos pasa, esa sensación de que no se puede porque no está el cuerpo y, si bien no estaba el cuerpo, con ese acto sentí que se pudo concluir algo de eso.
Quizás ese ritual fue muy movilizador para la mamá, el poder presenciar ese homenaje a su hijo. Porque fue un acto en que se lo honró y le daba la oportunidad a ella para, de alguna manera, despedirse de él.
Sí, así que eso fue muy fuerte. Y con la película me pasó que sentí que estábamos pudiendo generar algo distinto. Digo esto por todo lo que se habla del feminismo y la violencia de los hombres frente a las mujeres; una siente que se puede contribuir con algo chiquito a tomar conciencia, para que eso vaya cambiando, ¿no? Desde mi punto de vista personal, sé que hubo y hay otras formas de luchar y contribuir a esta causa. Pero me sentí muy a gusto haciendo mi aporte desde este otro lugar, desde el arte. Me resuena mucho más este tipo de actos que salir con una pancarta a pelearme con un político por cosas que tal vez son muy inalcanzables. Yo siento que desde el arte puedo dar mucho más y contribuir a esa toma de conciencia, pero hay formas distintas de hacerlo. Cada uno resuena con algo en particular.

Aparte de la impronta social, siempre ligamos el arte a una concepción de belleza. Nos gustaría saber un poco sobre eso. Por un lado, para vos la muerte no sería un tabú sino algo digno de ser honrado y, por otro, tu búsqueda de la belleza no se reduce a una actividad, no queda en un museo. Parecieras encontrar lo bello en lo inesperado, en lo inhóspito quizás. ¿Cuál es tu relación con la posibilidad de crear y/o percibir belleza?
Es raro, lo entiendo. Se trata de algo que no queda sólo en lo estético, me parece que es difícil de explicar, pero siento que va por ahí. Partiendo de la muerte como aquello que relacionó estas dos intervenciones artísticas. Yo siento que la muerte culturalmente se asocia a lo malo, a lo triste, al sufrimiento y no necesariamente debería ser así. Esto puede ser difícil de entender a veces porque puede interpretarse como si una no sufriera la muerte de un ser querido y no es así, no pasa por ese lado. Sucede que, en mi propia experiencia, pude atravesar un proceso de duelo en gratitud, ¡parece una incoherencia! Hay mucho aprendizaje en esto. Lo que para mí es clave es que la muerte te pone en perspectiva tu propia mortalidad. Si yo me quedo enganchada con una persona que ya no está, sufriendo o incluso dejando de disfrutar mi vida, triste por la persona que no está, ¡no estoy honrando la vida, ni de esa persona ni la mía! Porque no soy distinta de quien ya no está, ¡yo voy a estar ahí en algún momento!, por más que no lo quiera o no lo piense todos los días. Pero da tanto miedo pensarlo o ponerlo en palabras que todo el tiempo lo tratamos de evitar y poder habitar esos lugares incómodos desde la gratitud siento que genera algo más profundo. Y eso profundo conlleva emociones, un día yo puedo estar contenta porque estoy enamorada – y está bien -, no lo hace más o menos importante, pero también podemos encontrar belleza en esos lugares más profundos e incluso tristes. Esa belleza para mí está buena. Es una búsqueda o quizás algo que la vida me llevó a vivenciar en mis recorridos y aprendizajes. No hago un juicio de valor sobre qué está bien o qué está mal en lo que respecta a cómo mostrar el arte sino que la vida me fue llevando hacia estos lugares y yo me permito habitarlo. No sé, si respondí la pregunta (risas).
Sí y nos parece también que te referís al arte como un medio para sanar.
Si, creo que sí, es eso. Por algo también existen tantas disciplinas que abarcan eso, como el arteterapia, la musicoterapia y demás. Porque el arte en un punto es medicina. Es distinto al hecho de: “me tomo una pastilla para que se me pase el dolor de cabeza” pero realmente también cuanto más voy relacionándome con el arte de esa forma, más voy descubriendo que no sólo me interpela a mí sino también a los otros. A veces en alguna clase o situación digo algo y puedo sentir que eso le está moviendo una ficha a la otra persona y genera cambios, ¡es muy loco! Pasa que no es lineal, no se puede medir, no se puede decir de repente: “bueno, este es el método de curar personas con el arte”, no, es algo que sucede muy de momento a momento y de persona a persona. Adentrándome en sabidurías más ancestrales o culturas de otro tipo encontré algo de esto que les comento, por lo que planteé que hay algo particular en volver a esas fuentes. Estamos aprendiendo a volver a algo que, no sé si fue con la llegada de los españoles o qué pero que hemos olvidado algo o todo de eso dentro nuestro. Quizás otras culturas lo tienen más despierto.
¿A qué te referís con eso?, ¿podrías ampliar un poco esa idea?
Me refiero al entendimiento del arte como algo social, cultural e incluso … la música como herramienta de sanación. Que el arte no sea sólo espectáculo, como solemos verlo aquí.

Con tu trayectoria fuiste entrando en un rol de enseñante, en una cuestión pedagógica. Dijiste que no hay un método aplicable a toda situación y a toda persona por igual. ¿Cómo vivís la transmisión y construcción de conocimiento? ¿Cómo te fuiste habilitando en ese rol?, porque es todo un proceso.
Al principio si me llevó un tiempo habilitarme el enseñar y lo logré al entender en total humildad que yo no sabía nada. No digo que no sé nada porque sí sé. Más bien me refiero a desprenderme del ideal según el que me planteaba: “hasta que no sepa tal o cual cosa, no voy a poder hacer tal o cual otra”; me daba miedo estar dando una clase y que de repente me pregunten algo que no sé. En un momento me dije: “bueno, le puedo decir a la persona que no sé o que investiguemos juntos”, hay que entender algo muy importante: transmitir conocimiento no coloca a la otra persona por “debajo” tuyo, no la deja en menor escala – por decirlo de alguna manera – porque “sobre eso” no sabe. Y cuando entendés eso te das cuenta que al momento de estar frente a una persona enseñándole algo hay un intercambio. Es un intercambio energético entre las dos personas, es un dar y recibir, hay reciprocidad. No es que yo estoy llenando con conocimiento una “cabeza vacía”. Y en esto hay otra cuestión clave que aprendí: la diferencia entre conocimiento y sabiduría, el conocimiento se trata más de “datos” que entran en nuestra cabeza y está bien, porque los necesitamos. Pero la sabiduría pasa por otro lado, por un lugar más de encontrar eso… es un camino más sensible. No podría usar un manual y enseñarle lo mismo a todos los que vienen a clase, tengo que estar atenta a si se están aburriendo o si van entendiendo. Eso lo hace más orgánico quizás – es la palabra que se me viene -, no es algo lineal, la persona está ahí y vas viendo qué entiende, qué le resuena y qué no de lo que estás haciendo. Y de ahí se va generando el proceso. También está presente esto: se trata de un proceso. Algo que he notado mucho es que estamos acostumbrados y acostumbradas a esto de: “dame la respuesta ya”, “¿cómo toco la batería?, yo quiero tocar” y nos perdemos la importancia del proceso. Quizás en un mes no vas a poder tocar la batería, menos sino te das el tiempo para practicar. Necesitamos volver también a esto de que en el momento en que estoy en contacto con el instrumento (o con la actividad que esté haciendo), estoy ahí: presente, haciéndola. Y no estoy pensando en que “ya quiero saber hacerlo”. Eso también lleva tiempo porque quizás lo entiendo ahora que tengo muchos años de recorrido, pero cuando alguien está de alguna manera empezando y quiere aprender, es muy difícil hacerle entender que hay que tener paciencia, constancia. Esto es algo que aprendí de las ideas orientales, sobre todo de las artes marciales, que requieren disciplina. Sino vos no estás ahí practicando, practicando y practicando, no hay forma de… o sea, me puedo leer un manual con todas las técnicas de aikido, pero sino las practico nunca, no voy a poder hacer nada. Esa es la diferencia entre estudiar y practicar.
Y en cuanto a la enseñanza de algún instrumento, ¿para vos qué entra en la categoría de instrumento dentro de la exploración que venís haciendo de lo sonoro? Vimos que recientemente estuviste diste algunas charlas sobre el uso de la voz como instrumento por Instagram.
Sí, esto es algo relativamente nuevo para mí, siento que a medida que pasa más el tiempo, menos sé. Más preguntas me hago en lugar de decir: “ya está, soy baterista” y listo. De repente me encuentro pensando: “pero no soy esto ni aquello, no soy cantante, no soy guitarrista” entonces de repente todo eso que la Luna en Géminis me hace aprender y aprender y aprender sucede a tal punto que me digo: ¡al final no soy nada! (risas). Pero la conclusión o el camino hacia el que estoy empezando a ir ahora, que es lo que me lleva a la voz, es que el instrumento más hermoso es el cuerpo. El cuerpo es el instrumento. Y me pasa que toda la práctica que generé con la batería (o cualquier instrumento que fui explorando) me llevó a ver que hay algo anterior, algo que pasa de adentro hacia afuera. Poder registrarse en el cuerpo rítmica o sonoramente con la voz es un montón, es un montón de información que después puede ser aplicada a cualquier instrumento por lo que, si bien cada instrumento tiene su técnica y sus implicaciones específicas hay algo del registro, de preguntarse qué estoy moviendo, abro, cierro, cómo pienso un pulso o un ritmo – sonando con las palmas por ejemplo -. Hay algo que me llama a explorar por ese lado. Y con la voz pasa lo mismo, la voz, por decirlo de alguna manera, siempre fue como mi parte más “débil” porque me costaba expresarme, me daba mucha vergüenza cantar en público, hablar en público y empezar a explorarla desde un lugar más meditativo o desde la respiración fue distinto. El año pasado estuve haciendo bastante yoga con el canto de mantras. Y noté que cuando cantás un mantra no estás pensando en si estás afinando o no ¡y sale!, sale desde un lugar vibracional y cuando a esa práctica de cantar un mantra la pasas a una canción, naturalmente te sale la voz de otra forma. Porque hay algo adentro que se desbloquea en el mismo hacer con el cuerpo. Todo lo que después podamos pensar como instrumentos se resignifica cuando se hace un trabajo interno de práctica con la respiración, con la voz, con el ritmo en el cuerpo, con el reconocer el cuerpo. Es desde ese lugar me parece. No sé si se entendió.
Hablas, de encontrar un significado, ¿es cómo encontrar una esencia a todo eso? Desde el instrumento y tuya, como una conexión.
Si, en lo que fui aprendiendo me sirvió mucho el dar clases a diferentes personas. Una práctica que me ayudó en todo esto fue que, por ejemplo, yo daba muchas clases presenciales de batería antes de la pandemia y, pese a tratarse de un mismo instrumento, cada persona que se sentaba a tocar lo hacía sonar distinto. Por más que se le explicara lo mismo, o les hiciera tocar un ritmo básico. Y empecé a darme cuenta de eso, de todo lo que vas ganando interiormente, como la seguridad en el instrumento de adentro para afuera. Está la esencia de cada uno también, todo lo que yo explique cada quien lo asimila según su interpretación. Con esto vuelvo a traer la cuestión del “uno a uno”, o sea, querer automatizar un conocimiento artístico es complicado porque, cada persona tiene algo para decir y lo hace de una manera distinta a las demás. Si alguien viene a tomar clases conmigo y le digo: “con mi método vas a aprender a tocar de esta forma”, ¡no es así!, en realidad se trata de una ayuda para que cada quien encuentre su propia esencia a partir del instrumento que elije para tocar. Y es más profundo eso y al ser más profundo, creo que no todas las personas están listas para meterse ahí, he tenido clases en las que no puedo dejar de lado la emocionalidad de la persona. Sí, yo te explico las corcheas y semicorcheas, pero decime qué te pasa cuando tocas, qué es el instrumento para vos, qué te pasa en el cuerpo y son lugares incómodos para alguien porque se están exponiendo en algún punto. Pero a su vez, cuando te permitís esa exposición, empezás a liberar algo en lo expresivo porque si, por ejemplo, te animas a cantar, qué es lo que hace que no te animes a cantar… ¿qué es? Porque si me dicen: “desafino”, ¿y cuál es el problema con que desafines? Y así vas sacando capas y quizás después te das cuenta que era porque una vez en la niñez le dijeron: “vos no servir para esto” u otras cosas que calaron hondo. Es muy importantes para mí darles espacio a esos lugares y ahí entra lo terapéutico. A veces me encuentro en situaciones en donde yo y la persona vemos y descubrimos cosas juntas, y decimos ¡wow, qué loco esto!, ¡qué bueno el poder darse cuenta eso! y sin recurrir más a la cuestión de psicología tradicional, se trata simplemente de dos personas y su aprendizaje juntas.
¿Qué proyección tenés en cuanto a venir a vivir en Córdoba desde lo artístico?
Siento que venir acá es más bien responder a un llamado desde el sentir y en confiar que es por ahí el camino. Vengo acá no con una proyección artística en sí, vengo porque sé que hay posibilidades de algo, en otros niveles que, en Buenos Aires no. Lo que me gustaría es poder generar un espacio – eso es algo que no lo puedo hacer en la ciudad – donde se puedan hacer actividades como: retiros, donde se pueda venir a meditar, practicar yoga, hacer relajación con sonidos, cosas de ese tipo. Estoy imaginando un espacio así, no vengo desde un lugar quizás más “tradicional” para fundar una escuela de música o hacer shows. Quizás busco generar un espacio más íntimo y no tanto de “música y escenarios”, sino un lugar más cerca de la naturaleza, con estas características. En el medio si voy a seguir haciendo música, con un home studio para poder grabar y eso también, pero lo que más me impulsa es eso, un espacio como el que describí antes.
“Le tenemos tanto miedo a la muerte, que a veces nos aferramos a lo seguro”
Vemos que estás en un constante “volver a empezar” pero nunca desde cero, ¿cómo vivís eso?
Creo que se trata de confiar en el sentir. Cuando me pongo medio rígida y digo: “no, yo llegué hasta acá, tengo que seguir” se vuelve difícil, algo se estanca, no fluye, pero cuando digo: “estoy acá y dejo hacer esto” o voy por otro lado, me genera entusiasmo y empiezan a suceder cosas. Y, volviendo con lo que decíamos de la muerte, creo que también eso es la vida. “Le tenemos tanto miedo a la muerte, que a veces nos aferramos a lo seguro”. Decir: “bueno, ya soy baterista, tengo una banda, estoy tocando, entonces me quedo acá” y no cambio… o cuando estamos en pareja también pasa: “ya tengo una pareja, para qué voy a cambiar”; es como que todo lo proyéctanos para siempre y la vida son ciclos. Si se empieza a fluir con esa ciclicidad es más fácil, sin apegarse al resultado, ¿cuál es ese resultado? Tener éxito con tal o cual cosa. Como decíamos mientras caminábamos, por ahí escribís un libro, lo terminás de escribir y te puede generar una sensación de duelo, porque un final es un duelo y después qué haces: otra cosa y otra. La idea de querer “alcanzar algo” todo el tiempo nos hace perder del momento, del estar acá y hacer esto. Podemos proyectar cosas a futuro, pero tampoco con demasiada firmeza porque lo que proyecto hoy para dentro de diez años quizás cuando llega ese momento, puedo cambiarlo entonces no tiene sentido que hoy día me angustie por algo que quizás dentro de diez años puede (o no) suceder.
“A veces en actos re chiquitos ocurre un montón, es raro, te saca de ese lugar ambicioso. Pero voy por ahí, sin la obsesión del resultado, porque si no nunca va a ser suficiente”.
Entonces lo cíclico estaría atravesado por la mentalidad lineal.
Si por dar un ejemplo el rock tiene esto de “tener una banda y volverte ícono del rock”, eso es algo que en algún momento se termina, porque en el momento en que tu banda fue exitosa tenías 35 o 40 años y eso duró un tiempo. Se me vienen a la mente los Rolling Stone, ellos parecieran querer sostener una imagen, pero ya está, pretender hacer un show hoy día como el que hacían 40 años atrás no tiene sentido. Lo mismo sucede con las actrices que de jóvenes fueron muy lindas, ahora pasaron los años y quieren seguir sosteniendo esa imagen. Me parece que hay algo de negar los ciclos. Es algo fuerte, porque aceptarlo implica aceptar que vos misma en algún momento también terminás tu vida y aceptar tu humanidad es fuerte. Yo lo pienso y lo digo, pero no es fácil decirlo, ¡qué mejor que hacerse cargo, y agradecer el estar acá!, es un aprendizaje, yo lo fui aprendiendo a los golpes, al vivir bastante de cerca la muerte, si no, no sé si podría decirlo con tanta liviandad.
¿Y después qué?
Terminas el colegio, después vas a la universidad, a trabajar, para luego tener pareja y ahí llega la pregunta: ¿para cuándo el hijo? Y así sucesivamente. Siempre es como un ¿después qué?, todo el tiempo pensando en lo que viene, lo que viene… ¿y cuando disfrutamos de este momento? En esto yo aprendo mucho de los animales, por ejemplo, los gatos, se despiertan todos los días y para ellos siempre es un día. Creo que el gran aprendizaje de la humanidad es volver a esa simpleza y en esa simpleza no es que “no hago nada”, en esa simpleza sigamos aprendiendo, sigamos compartiendo; pero también me he encontrado en momentos muy profundos de conexión con la música y el arte en general y no hace falta un estadio lleno de gente para que ocurra algo. Volver a la simpleza de lo que es el arte, la música sin estar pendiente todo el tiempo en las escuchas de Spotify que tenés o si vendiste tikets, etc. A veces en actos re chiquitos ocurre un montón, es raro, te saca de ese lugar ambicioso. Pero voy por ahí, sin la obsesión del resultado, porque si no nunca va a ser suficiente.
¿Tu trabajo es tan variado que lo único constante es el cambio?
Podría decirse, no busco quedarme con una sola cosa. Trato de ver de qué manera a través de mí se puede expresar la música en pos de generar algo, como estar al servicio de la música, de otra cosa más grande que yo misma. Y no perder el goce en el juego, para mi hacer canciones, grabarlas y mostrarlas es un lindo juego, como un niño jugando. A la instancia de aprendizaje de “bases” – por decirlo de alguna manera – ya la pasé, entonces ya sé cómo se hace esto y voy jugando, combinando.
Alas Panacea
Este es una especie de proyecto, de mutación artística en donde aparece “AlasPanacea”. Como si fuese un proceso donde yo dejo de ser Ceci Grammatico y estoy empezando a mostrarme artísticamente como “AlasPanacea”, algo así.
¿Y para qué lado va?, ¿ es un proyecto artístico que lo ubicas desde lo sonoro, desde una apuesta visual?
Desde todo esto que estuvimos hablando. Desde el sonido como herramienta de meditación, de relajación y también como que digamos… todo lo que vaya a hacer ahora…
Si saco una canción nueva será bajo el nombre de “alaspanacea”. Pero como que todavía no me siento al 100%, o sea estoy en un proceso.
¿Se dio como el nombre de un proceso?
Es como un nombre artístico. Yo lo pienso como un nombre artístico, como un seudónimo, como algo así.
Autopercepción después de la charla ¿cómo te presentarías/describirías hoy día, en este momento? (video)
¡Gracias Ceci!
Entrevista: Javier Costamagna y Cecilia Navarro / Fotografías: Javier Costamagna